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Jael. Un desierto de muerte y vida

Sinopsis

Hay situaciones en las que tomar decisiones precipitadas puede poner en peligro tu vida.  Y esto mismo fue lo que le sucedió a muchos de los que tuvieron que huir del fanatismo religioso tras la muerte de aquel a quien unos pocos llamaban Maestro.  Entre ellos, Lázaro,  conocido por todos como: El resucitado.

Enmarcada   en   la  antigua   Israel,    esta  nueva  aventura  narra  las peripecias  de  una familia que se ve obligada a dejar todo lo que tiene para  escapar de una muerte segura.  Un  largo camino por recorrer a través  de  un  árido  desierto  y un extenso mar donde la fe y la razón se verán confrontadas  y la ardiente arena y las frías aguas se teñirán de sangre. 

Una  original  historia  en  la que  su principal protagonista deberá de enfrentarse  a  sus  propios miedos y a la difícil decisión de tener que aceptar pagar el precio que se le exige para salvar la vida de aquellos a quienes ama.

Novela Un desierto de muerte y vida de Manuel Reina Siles
JAEL II

Prólogo y primeros capítulos:

M. R. SILES

JAEL

Un desierto de muerte y vida

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total, o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático.

EN ALTAMAR

JIRONES DE LINO

Eran muchos los años que había pasado en altamar como para no darme cuenta de que aquella no se trataba de una tormenta cualquiera.

     El ensordecedor chirriar del metal que sujetaba las cuadernas del armazón de la nave y el estrepitoso crujir que cruzaba la quilla de proa a popa cada vez que la vieja nave golpeaba las olas me hacía temer por la vida de mi familia y por la de todos aquellos que formaban parte de la tripulación.

     Fuimos muchos los que tuvimos que huir tras la muerte del Maestro debido a la posible promulgación de un edicto de persecución contra todo aquel que simpatizaba o creía en sus enseñanzas. Muchos, los que abandonamos nuestros hogares conscientes de que quizás jamás volveríamos a ver la tierra que nos había visto partir.

     Pero ya no hay vuelta atrás. Estoy completamente convencido de que acusándonos de infieles no les habrá faltado tiempo a los miembros del Sanedrín para apropiarse de todas nuestras posesiones. Y aunque en mi caso, siendo la fortuna que dejo en propiedades abrumadora, es insignificante cuando contemplo a la hermosa mujer que me acompaña en esta nueva aventura, y por la que comienzo a preocuparme viendo cómo cada vez las olas golpean con más ímpetu contra la proa de la embarcación; proa que ha perdido parte del bauprés dejando que dancen a su antojo, según el caprichoso viento, varios de los aparejos y cabos que sujetaban el trinquete, al que por cierto solamente le quedan unos pocos jirones del lino que componía su vela.

     A merced de las olas, confinados de la tormenta en el reducido compartimento de popa y contemplando bajo la tímida y oscilante luz de un candil el temor en los ojos de mi amada Jael, me pregunto si al final había sido buena idea haber puesto rumbo a Kittim…

 

 BETANIA

 HALAJÁ

—¡Debéis marchar lo antes posible! ¡Este lugar ya no es seguro para vosotros! Estoy convencido de que ni el mismísimo Herodes Antipas se atrevería en estas circunstancias a contradecir a Caifás por miedo a ser expulsado del Templo.

     —Todavía me deben varios favores los mercaderes de la región; e incluso algún que otro acaudalado romano.

     —No te engañes, Lázaro. Esa gente le tiene tanto apego a su dinero y a su posición que no se arriesgarán a perderlo por ayudar a un exaltado que va en contra del orden establecido. Y menos, tratándose de ti.

     —Explícate, Nicodemo. ¿A qué te refieres con eso de tratándose de mí?

     —Pronto has olvidado que eres la imagen de la manifestación del poder del Altísimo.

—¡Cómo voy a olvidarlo! ¡Él me trajo de nuevo a la vida! Pero no veo cómo esto…

     —Lázaro, querido amigo —me interrumpió—, gracias a tu resurrección gran número de hombres y mujeres han creído que Yeshúa es verdaderamente el Mesías; aquel que había de venir, tal y como vaticinaron los profetas. Pero también este hecho ha levantado ampollas en el Sanedrín, pues son muchos los que no entienden o no quieren aceptar que muchas de las profecías que aparecen en la Escritura se han cumplido.

     —¡No se enciende una luz para ponerla bajo la mesa, sino en un lugar donde pueda alumbrar! —repliqué—. Si Yahweh en su misericordia tuvo a bien traerme de vuelta…, sería para que otros vieran que la resurrección es posible.

     —Y tienes razón, no lo pongo en duda; pero tener poder y ejercer autoridad sobre otros lamentablemente y en la mayoría de los casos hace al hombre necio. Y créeme, verte muerto a ti y a todos los de tu casa es lo que en estos momentos está planeando el Sanedrín como la mejor opción para acabar con este nuevo movimiento blasfemo, como ellos lo llaman.

     —Si huimos, ¿qué sería de toda la gente que depende de mí? ¡Se quedarían sin sustento y sin protección!

     —Si te quedas y te dan muerte ten por seguro que sí. Pero si marchas, muchos seguirán tu ejemplo. Y quizás esta sea una buena forma de que más allá de esta región se conozca todo lo que ha acontecido.

     —Sabes bien que no temo por mi vida…, pero creo que tienes razón.

     —Pues no se hable más —dijo Nicodemo, dando por zanjado aquel asunto—, pon en orden tu casa y disponte a partir lo antes posible. Jairo y yo mismo intentaremos desde nuestra posición, como miembros del consejo, retrasar todo lo que nos sea posible que se haga efectiva la orden de apresamiento que quiere emitir personalmente Caifás contra tu persona y contra todos los de tu casa.

    —¿Jairo se encuentra aquí?

    —Se ha acercado a Jerusalén junto a su familia para la celebración de la januk·káh1.

     —¿Cómo podré agradecerte todo lo que estás haciendo por nosotros?

     —¡Viviendo, querido amigo! —exclamó Nicodemo abrazándome—. ¡Y no dejando de hacer aquello para lo que Yahweh te ha llamado! —añadió, separándose de mí y poniendo sus manos sobre mis hombros.

     —¿A qué te refieres? —pregunté, intrigado.

     —A escribir, Lázaro. Usa tu pluma para dejar constancia de todo lo que has vivido y de lo que ha acontecido. Escribe para que el mundo sepa que en Él hay poder; que hay perdón para todo aquel que está muerto en sus pecados; y que hay esperanza de salvación para todo el que confiesa que Yeshúa es el Señor y cree en su corazón que Yahweh le ha devuelto a la vida.

     —Así lo haré, Nicodemo; aunque con una condición.

     —¿Una condición? ¿A qué te refieres?

     —A que nos cubras en oración.

     —Ya os tengo presentes en mis oraciones, y ruego diaria- mente al Altísimo por vosotros.

     —Lo sé, pero el camino que vamos a emprender es harto peligroso, y el avanzado estado de preñez de mi esposa me preocupa.

     —Ni sé, ni quiero saber hacia dónde os dirigís —contestó sabiamente—, pero ten por seguro, que todos los que os queremos y quedamos aquí, estaremos velando por vosotros y pidiendo a Yahweh que envíe sus ángeles para que os protejan de todo mal.

     —Gracias, querido amigo.

     Aquella fue la última vez que vi a aquel anciano.

    Un rico fariseo que creyó verdaderamente que había llegado el tan esperado Mesías. Un pobre hombre, que según él mismo me confesó, Yeshúa le reveló que es necesario nacer de nuevo, nacer del espíritu; asegurando con firmeza que no se refería a volver a nacer en la carne, pues no es posible entrar de nuevo en un vientre de mujer y nacer por segunda vez, sino a tener un espíritu nuevo; a ser una nueva criatura que ha cambiado la dureza de su corazón por ternura, y obra y se conduce con los demás según las enseñanzas del Maestro.

     Fuente de sabiduría la de Nicodemo. Aunque como buen observador de la Halajá, la Ley judía…, ¡se lavara las manos cada vez que involuntariamente tocaba a una mujer!

 

  1. Fiesta de las Luces. Celebración hebrea que se festeja por ocho días durante la esta- ción de invierno y que tiene su origen en la purificación del Templo de Jerusalén, el cual había sido profanado por el rey de Siria Antíoco IV con la pretensión de que el pueblo judío abrazara el paganismo.

 ALMOHADONES

Aunque el peligro que se avecinaba era inminente, no me resultó nada fácil convencer a los de mi casa de que debíamos poner tierra de por medio.

     —¡Pues sigo sin entenderlo! —replicó María— nuestro estatus social debería ser suficiente para no tener que hacer caso a las amenazas de unos pocos fanáticos religiosos.

   —No es cuestión de dinero o de posición. Y no se trata de unos pocos fanáticos —repuse—, es el sumo sacerdote quien buscará el beneplácito de Herodes Antipas y Poncio Pilatos para dar caza a todo aquel que reconoce a Yeshúa como el Salvador.

    —Si el gobernador de esta región y el prefecto romano de Judea apoyan a Caifás…, poco o nada podemos hacer —subrayó Marta—, lo que me preocupa es cómo vamos a poder marchar sin levantar sospechas.

     —¿A qué te refieres? —preguntó Jael.

     —A que no son pocos los que huirán —comenzó a argumentar—, muchas de las familias que trabajan nuestras tierras quedarán a merced de ese lunático. Durante todos estos años han mostrado con creces su fidelidad a nuestra casa, y esto no ha pasado inadvertido para nadie.

     —Mi hermana tiene razón. Pero no podemos marchar todos juntos. Debemos idear un buen plan para llevar a cabo y con éxito nuestra partida. Y en cuanto se den cuenta de ello, los que nos quieren bien, es de suponer que cada uno hará lo que más le convenga —sugerí.

     —Pues ya puede ser bueno ese plan tuyo, porque con lo gorda que se ha puesto Jael, ¡va a costar mucho que pasemos desapercibidos! —se quejó Kira.

     —¡Diantre de chiquilla! ¡Mira que eres burra!

     —¡No la riñas, María! Kira tiene razón. En seis u ocho semanas daré a luz, y este bebé parece que no para de crecer dentro de mí —dijo acariciando su vientre.

     —Eso es normal. Te pasas el día comiendo dátiles —volvió a decir Kira—, ¡luego no querrás estar como una vaca! ¡Y cómo tiene los tobillos! —exclamó, señalando los pies de Jael—. Seguro que si le pinchamos sacamos suficiente líquido como para llenar un cántaro.

     —¡Ya está bien, Kira! Creo que ya es suficiente —dije rápidamente—, es cierto que el avanzado estado de gestación de mi esposa no es el mejor para emprender viaje, pero…

     —¡Y sus pies! ¡No olvides sus pies! —interrumpió nuevamente Kira.

    —Vale, estás en lo cierto —afirmé, haciendo un gesto con la mano hacia María para que se contuviera—, sus pies no están todo lo bien que deberían estar. Pero la cosa es así y no podemos cambiarlo.

    —Estamos discutiendo sobre el lamentable estado de nuestra cuñada para poder caminar y todavía no hemos decidido hacia dónde vamos a dirigirnos —intervino Marta—, creo que estamos viendo los problemas mucho antes de saber a qué vamos a enfrentamos.

     Mi hermana tenía razón en buena parte de lo que decía. Compartir con ellas el itinerario que había pensado seguro que sería beneficioso para encontrar entre todos la mejor solución y considerar con prudencia los posibles inconvenientes que podríamos encontrarnos a lo largo de todo el camino.

     —Tras mucho pensar creo que lo mejor es dirigirnos a la ciudad costera de Cesarea; hasta el muelle donde sigue atracada una de nuestras embarcaciones, y desde allí poner rumbo hacia la costa este de la isla de Chipre. Concretamente, a la ciudad de Kittim —expuse.

     —¿Por qué embarcar desde Cesarea? —preguntó María—. Jope está más próxima y allí es donde se encuentra la mayor parte de nuestros barcos mercantes y nuestra embarcación de recreo.

     —Para ir a Jope deberíamos cruzar Jerusalén, Betlem o Ramá, y después tomar el camino hacia Emaús; y estos lugares, son los primeros donde nos buscarían en cuanto se dieran cuenta de nuestra fuga, pues para nadie es desconocido dónde se encuentran anclados nuestros barcos —dije dirigiéndome a María—, es más, en todas estas ciudades poseemos alguna hacienda o algún trozo de tierra que de seguro también serán objeto de nuestra búsqueda.

     —¿Y qué es lo que propones? —preguntó Marta— porque la mejor ruta para arribar a Cesarea es por mar, bordeando la costa desde la ciudad de Jope.

     —Cruzaremos el desierto hasta llegar primeramente a la ciudad de Siquem, de allí a Samaria, y de esta última a Cesarea —dije resueltamente.

     —¡No estás en tu sano juicio! ¡Atravesar el desierto y las zonas montañosas de Samaria! —recriminó Marta—. ¡Menuda temeridad! ¿Quieres que tu esposa se ponga a parir en una jaima?

     —Pues si la voluntad de Yahweh es que dé a luz en una tienda, que así sea —replicó Jael—. Lo que es cierto es que aquí no nos podemos quedar. Si mi esposo cree que esa es la ruta más segura para llegar a Cesarea, pues no se hable más. Y otra cosa —añadió— que os quede bien claro a todos vosotros que, a pesar de mis tobillos hinchados y de parecer una vaca, no tengo ninguna discapacidad que me impida moverme por mí misma.

     Y dicho esto, Jael con gran esfuerzo se puso en pie, agarró un par de almohadones de los muchos en los que hacía apenas unos momentos había estado recostada, y salió de la estancia dando un tremendo portazo y dejando a todos con la palabra en la boca.​

"Cada experiencia de vida, y cada secreto del alma de un escritor, se hallan ampliamente inmersos en cada una de sus obras"

                                                                                                                M. Reina

© 2020 by David Reina

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